Se acerca la recta final de un
sueño que ha sido perfectamente imperfecto. Un sueño en el que llevaba años
pensando, que había imaginado tantas veces que casi pude tocarlo antes de que
se hiciera realidad. Pero al llegar a Guangzhou, una ciudad con un nombre que
al principio no sabía ni pronunciar, me di cuenta de que tenía que empezar con
la mente en blanco, porque nada de lo que estaba viviendo encajaba en ese
esquema mental que traía escrito desde España, así que me dejé llevar.
Guangzhou es una ciudad que a
muchos decepciona al compararla con Beijing o Shanghai y es tachada de gris,
caótica quizás, con poco que hacer y llena de chinos (lo que a veces puede
suponer un problema).
Yo veo otra cosa.
Veo oportunidades.
Veo un paseo a casa que hace que
no me importe salir del trabajo de noche.
Veo una ciudad que ha conseguido
que un laberinto con ratas se convierta en un lugar apetecible.
Veo normal salir en pijama a la
calle.
Veo un metro con intentos de una
actitud civilizada en colas que se esfuman cuando las puertas se abren.
Veo alfombras rojas que te guían
a reuniones en las que te sientes importante, en las que eres importante.
Veo post-it en el espejo del
baño.
Veo taxistas que igual que en
España se transforman en perfectos psicoanalistas.
Veo piezas de diferentes puzles
que juntas hacen que todo encaje.
Veo una puerta al paraíso.
Veo margaritas los miércoles y
ojeras compartidas los jueves.
Veo impotencia ante noticias que
multiplicadas por la distancia te acercan más a tu nueva vida.
Veo peligrar mi cuero cabelludo.
Veo que hay cosas del pasado que
empiezan a estar borrosas mientras que otras siguen estando, y estarán siempre,
nítidas.
Veo visitas al gimnasio cada vez
más regulares en las que al final el deporte es lo de menos.
Veo discusiones matrimoniales en
Ikea en las que siempre se menciona a “tu madre”.
Veo en Guangzhou una ciudad que
nunca deja de sorprenderme y que quiero seguir conociendo.
Veo grupos, becarios, parejas,
empleados, amigos, empresarios, compañeros, conocidos (…) piezas de ese puzle
que hacen que quiera seguir jugando.
Espero nerviosa la segunda parte,
e impaciente ese entreacto que me tendrá tres semanas empachada de berberechos,
croquetas, albariño y muchas mañas.
CONTINUARÁ.